A diferencia de tanta gente que ha opinado en forma tan tajante respecto de Gerardo Varela sin conocerlo, tengo el privilegio de conocerlo hace más de 35 años. Desde su ingreso a la Facultad de Derecho a la Universidad de Chile donde lo unió una entrañable amistad con mi hermano Felipe, la que demostró superar los tiempos humanos y perdurará hasta el fin de los días.
Los que lo critican hoy no saben, por ejemplo, que Gerardo, Felipe y otros amigos fundaron un movimiento político en la Universidad de Chile (Movimiento Universitario Autónomo) en un momento donde sus autoridades no veían con buenos ojos la actividad partidista en las aulas.
Desconocen también su natural simpatía, su sencillez para relacionarse a todo nivel, su aguda inteligencia, preocupación por los demás, su pasión por formar y comprometer a jóvenes profesionales, pero por sobre todo, desconocen su amor a la patria, compromiso con su país y generosidad para aceptar un desafío como tomar un ministerio donde todos sabemos que pasará algunos sinsabores pero donde está convencido que puede hacer la diferencia para asegurar que la futuras generaciones de estudiantes (partiendo por la más temprana edad) tendrán las oportunidades que se merecen para alcanzar su desarrollo pleno como personas y profesionales.
Los que livianamente lo critican desconocen como en base a sus propios méritos (no porque haya heredado nada) se transformó en uno de los abogados más prestigiosos de nuestro país. Es impresionante como genera admiración y respeto entre sus clientes y porque no decirlo, entre sus adversarios profesionales.
Gran deportista, marido y padre ejemplar, fanático de la U, gozador en lo poco y agradecido de lo mucho. Pero vuelvo a su relación con Felipe Cubillos: “Dime cómo quién andas y te diré quién eres”. Fueron almas inseparables, juntos en las buenas y también en las malas. Apoyó con fervor todas las locuras empresariales y sociales de mi hermano, y se transformó en consejero y paño de lágrimas indispensable, rol que permanece hasta el día de hoy con sus hijos.
Termino pidiendo a sus tempranos detractores que si quieren seguir criticándolo eviten conocerlo: conocerlo es quererlo.