El ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, ha anunciado que la política fiscal de los próximos años consistirá en disminuir gradualmente el déficit estructural, reduciéndolo en aproximadamente un cuarto de punto del PIB cada año. Esto implica que el déficit estructural pasaría de 1,6% del PIB en 2015, a 0,8% del PIB en 2018.
Esta consolidación retira de manera sostenida, pero no abrupta, el estímulo fiscal que ha tenido la economía en años recientes. Se espera así converger hacia una situación que garantice finanzas públicas sólidas y, al mismo tiempo, no exacerbar innecesariamente la posición cíclica de la economía.
Concretar esta trayectoria requiere esfuerzos fiscales importantes.
Por el lado de los ingresos, depende de cómo evolucionen los parámetros de precio de largo plazo del cobre y de crecimiento del PIB tendencial, ambos recientemente corregidos a la baja por los respectivos comités de expertos que los determinan. Nuevas correcciones a la baja sin duda estrecharían más el escenario fiscal de mediano plazo.
Por su parte, en materia de gasto público, se vislumbra la necesidad de aplazar compromisos ya adquiridos.
En efecto, las proyecciones presentadas recientemente por la Dirección de Presupuestos al Congreso muestran que para cumplir las metas de balance estructural en los años 2017 y 2018 se requiere ajustar de manera importante el gasto comprometido, existiendo una holgura sólo a contar de 2019.
En particular, para alcanzar un déficit estructural de 1,1% del PIB en 2017 y de 0,8% del PIB en 2018, se requiere reducir el gasto comprometido en cerca de
US$ 300 millones el primer año y en casi US$ 200 millones el segundo.
Estas proyecciones fiscales de mediano plazo con números en rojo son inusuales, pues comúnmente en el pasado se han presentado holguras disponibles para la implementación de nuevas políticas públicas.
En este caso, la señal es que no sólo no hay espacio para nuevas iniciativas, sino que además deben gradualizarse las ya en marcha, de manera de aplanar el gasto comprometido.
De no realizarse estos ajustes en el gasto, la única forma de alcanzar las metas de balance estructural en el mediano plazo sería confiar en una mejoría del precio del cobre de largo plazo y del PIB tendencial.
Pero el contexto económico hace recomendable una actitud más proactiva que eso.