Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 31 de diciembre de 2010 a las 05:00 hrs.
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SANTIAGO Chile celebró sus 200 años de independencia en 2010. Solamente 20 de 198 países en el mundo han llegado a esa edad. Por ello, para los chilenos este ha sido un tiempo de evaluación y de plantearnos una pregunta muy simple, pero esencial: ¿Hemos hecho las cosas bien o mal?
Si nos comparamos con el resto de América Latina, la verdad es que hemos hecho muy bien las cosas, especialmente en los últimos 25 años en los cuales pasamos de ser uno de los países más pobres del continente a uno con el ingreso
per cápita
más elevado de la región. Sin embargo, si nos comparamos con el grupo más exclusivo de países desarrollados, lo cierto es que todavía tenemos mucho que aprender de ellos.
El gran objetivo, la gran misión, el desafío más importante de nuestra generación, la generación Bicentenario, es sólo uno: que Chile sea el primer país de América Latina que pueda decir antes de que finalice la década, con orgullo y humildad, que ha dejado atrás la pobreza y se ha convertido en un país desarrollado con verdaderas oportunidades para el progreso espiritual y material de todos sus hijos.
Por supuesto, este es un sueño que ha sido extraordinariamente elusivo en nuestros primeros 200 años de independencia. Entonces, ¿por qué sería diferente ahora?Primero que todo, a diferencia de cualquier tiempo pasado, este objetivo se ha logrado plenamente, y por lo tanto, es un imperativo moral. Actualmente Chile tiene un PIB
per cápita
de 15.000 dólares, después de hacer ajustes para tomar en cuenta el poder adquisitivo. Nos hemos fijado el objetivo de crecer a un promedio anual de 6% con el fin de lograr para 2018 el PIB
per cápita
que ahora disfrutan países europeos como Portugal y la República Checa.
También estamos trabajando para duplicar la tasa de creación de empleos de años recientes, con el objetivo de sumar un millón de empleos en el periodo 2010-2014. Todos los indicadores muestran que estamos en el camino correcto. A pesar de los efectos devastadores del terremoto y el tsunami de febrero pasado, la economía de Chile ya está creciendo cerca del 6% y hemos creado casi 300.000 nuevos empleos en los primeros nueve meses de mi administración la cifra más alta en la historia de nuestro país.
Segundo, estos objetivos son alcanzables porque el mundo ha cambiado. La Cortina de Hierro que durante décadas dividió irreconciliablemente a Oriente y Occidente ya no existe. Además, la globalización y las nuevas tecnologías han derribado el muro que durante siglos separó a los países ricos y prósperos del Norte de los países pobres y subdesarrollados del Sur.
Sin embargo, hay un tercer muro que sigue ahí, menos visible que los otros pero igual de dañino, o tal vez más. Este muro ha estado siempre con nosotros, separando los espíritus oxidados que viven en la nostalgia, con miedo al futuro y que piensan que sólo el pasado fue mejor; de los espíritus creativos, emprendedores y jóvenes que toman el mañana sin temor y creen que lo mejor está por venir.
Este muro impidió que Chile y América Latina se sumaran a la Revolución Industrial del siglo XIX, lo que explica por qué hasta la fecha seguimos subdesarrollados. Sin embargo, necesitamos que ese muro caiga si no queremos perdernos la revolución actual que está generando sociedades basadas en el conocimiento, la tecnología y la información. Esta revolución será muy generosa con los países que la adopten y completamente indiferente, incluso cruel, con los que la ignoren o la dejen pasar.
¿Cómo traspasará Chile este muro? Primero, fortaleciendo los tres pilares básicos sin los cuales no puede ni producirse el desarrollo ni surgir oportunidades: una democracia política estable, vital y participativa; una economía de mercado social y libre, competitiva y abierta al mundo; y un Estado fuerte que sea eficaz en la lucha contra la pobreza y en la promoción de una mayor igualdad de oportunidades.
Con todo, ni siquiera todo esto será suficiente si queremos sentar bases firmes y no tambaleantes. En el actual siglo XXI, los países emergentes como Chile tienen que invertir en los pilares de la sociedad moderna. Me refiero a desarrollar nuestro capital humano, que es nuestro recurso más importante; fomentar la innovación y la iniciativa empresarial, que son los recursos verdaderamente eternos que tenemos a la mano; invertir en ciencia y tecnología, que abrirá oportunidades inesperadas en el futuro; y promover mercados más dinámicos y flexibles y sociedades que nos lleven adelante, al frente del cambio, en lugar de estar siempre rezagados tratando de entenderlo y adaptarnos a él.
Esos son los pilares en los está haciendo hincapié nuestra administración. A medida que Chile profundiza su integración con el mundo, también estamos avanzando en la cuestión de las reformas estructurales mediante las cuales podremos mejorar sustancialmente la calidad de la educación que reciben los millones de nuestros niños y jóvenes; formar a tres cuartas partes de los trabajadores chilenos en los próximos cuatro años; ofrecer acceso universal a los servicios de Internet de banda ancha; duplicar la inversión en ciencia y tecnología; promover la innovación y el espíritu empresarial en los sectores público y privado; y reducir a un día el tiempo necesario para abrir una empresa y el costo a cero.
Estas son algunas de las numerosas medidas que forman los objetivos y base- de mi administración. Son grandes, nobles y ambiciosos, pero totalmente realizables para el Chile actual, el Chile Bicentenario, un Chile que ahora ve el siglo XXI con más optimismo y entusiasmo como nunca antes.
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