Panorama

Oruga

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 29 de noviembre de 2013 a las 05:00 hrs.
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No es fácil establecer un ranking de las virtudes. La más importante es la caridad, amar como ama Cristo, o como ama el amigo en su definición por Aristóteles: querer que el amigo exista, querer su bien, trabajar por su bien, compartir gratamente con él las penas y alegrías, los bienes y destinos (que es precisamente lo que Cristo hizo por nosotros cuando nos llamó “amigos”). Pero la caridad necesita ser conducida por la prudencia, auriga de todas las virtudes. Ni pueden, prudencia o caridad, prescindir de la medida exacta imperada por la justicia. Ni prosperan, estas tres, cuando les falta fortaleza y templanza. Ni tiene caso apelar a ninguna si no se cree que es posible cumplir todo lo que Dios, hablando en la conciencia, manda o prohíbe hacer.

Las seis virtudes recién nombradas descansan en un soporte vital: la esperanza. Unida con su inseparable aliada natural, que es la alegría, se atreve la esperanza a emprender largos caminos, desafiar y vencer las más altas cumbres, soportar cargas que parecen excesivas y superar adversarios o adversidades en apariencia y en realidad temibles. Sin ser la más importante, es la condicionante y detonante de las demás virtudes. Uno que se rindió a la desesperación se asemeja al que cayó en un pozo oscuro y sin agua, en un desierto por el que nadie más transita. Perder la esperanza equivale a estar en el infierno. Repasar allí el listado de los propios derechos y el elenco de las demás virtudes es un chiste cruel. En la vida todo está apostado a la esperanza.

Como virtud teologal, la esperanza presupone la fidelidad de Dios a sus promesas. Dios nunca manda o pide lo imposible, y nunca deja de cumplir lo que ha prometido. Abraham y María entendieron esa lógica divina y actuaron conforme a ella: por eso son lo que son, padre y madre de todos nosotros en la esperanza. San Agustín la condensó en una fórmula cautivante: “Camina y Canta”. La esperanza es la virtud del caminante, que no se detiene hasta llegar a la meta prometida y ardientemente deseada. Pero como el camino es largo, tedioso y peligroso, el caminante se revitaliza cantando. Cantar es amar, y el amor vence siempre. Camina y canta: si sólo cantas, pero no caminas, serás un espectáculo pero un perdedor. Camina y canta: “el Señor es mi pastor, nada me habrá de faltar; los que siembran entre lágrimas, cantando cosecharán”.

A la teoría de la relatividad opón tu práctica de la asertividad: “Debo + Quiero = Puedo”. Y graba, al comenzar el Adviento, este himno a la esperanza, compuesto por Michelle Knight tras padecer un secuestro de diez años: “ justo cuando la oruga pensaba que el mundo se había terminado, se convirtió en mariposa”. 


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