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Mamá Tigresa, Papá Gato,el choque cultural que remeció a China

El modelo de educación oriental ha convertido a las naciones de Asia en potencias de la nueva economía, pero a costa de un alto precio.

Por: Renato García J. | Publicado: Viernes 6 de octubre de 2017 a las 04:00 hrs.
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Amy Chua es una exitosa abogada estadounidense de origen chino y profesora de Yale. Antes había sido socia del prestigioso bufete Cleary, Gottlieb, Steen & Hamilton. Pero Chua se convirtió en una celebridad mundial por razones completamente distintas, cuando publicó su libro “Himno de Batalla de la Mamá Tigresa”, donde recogía parte de la sabiduría asiática sobre la crianza de los niños y su propia experiencia educando a sus hijas Sofía y Lulú.

Tras años de crisis y escándalos, el libro provocó impacto en una sociedad occidental que vio en el estricto código oriental un regreso a los valores fundamentales. Una cultura de autocomplacencia había dado origen a una generación de ejecutivos que no creía en el trabajo duro y estaban dispuestos a correr cualquier riesgo para enriquecerse.

Chua fue destacada por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo y Wall Street Journal escribió un artículo titulado “Por qué las Madres Chinas son Superiores”.

Con las naciones industrializadas perdiendo liderazgo en innovación y las potencias emergentes asumiendo la vanguardia en la nueva economía digital, el entonces primer ministro británico David Cameron citó al libro como la respuesta a la crisis educacional de su país.

La abogada quedó así al centro de un amargo choque cultural que en China alcanzó niveles insospechados e influyó profundamente en el debate mundial sobre educación.

Temor al fracaso

Hija de un profesor de ciencias computacionales de la Universidad de California, Berkeley y una ingeniera química “magna cum laude” de Saint Thomas, Chua fue ella misma la más destacada de los 350 alumnos de su generación y educó a sus hijas para el éxito.

En su libro criticaba el estilo permisivo de los padres occidentales, su tendencia a subestimar los logros académicos y enfatizar la afectividad, el juego y la autoestima. “La niñez es un período de entrenamiento, para construir el carácter e invertir en el futuro”, señalaba.

Su modelo incluía numerosas actividades extracurriculares, clases de violín y piano, sesiones de prácticas todos los días, incluyendo fines de semana y feriados, y si se trataba de vacaciones en el extranjero la madre se aseguraba de reservar un estudio cercano al hotel.

Estrictamente prohibido estaba sacar una nota inferior a A, no ser la mejor alumna de su clase, invitar o alojar en casa de amigas, ver televisión, y los videojuegos.

Como resultado, ambas eran estudiantes sobresalientes e intérpretes notables. Antes de cumplir los 14 años Sofía ya había tocado en el Carnegie Hall mientras que a los 11 Lulú se presentó a una audición en Juilliard.

Para Chua los jóvenes necesitan reglas claras porque no saben lo que realmente les gusta. “Cuando Lulú tenía 7 años obtuvo una mala nota y dijo que odiaba las matemáticas. Escribí un montón de ejercicios y los ensayamos durante una semana. Al examen siguiente le fue muy bien y entonces decidió que le gustaban las matemáticas y ahora es una de sus materias favoritas”, recordaba en el libro.

Pero la publicación no sólo cosechó alabanzas y pronto surgieron críticas a la pesada carga que la madre imponía a las jóvenes.

Durante una de sus lecciones de piano que estaba resultando particularmente difícil Chua metió los juguetes de Sofía al auto y prometió regalarlos si no lograba dominar la pieza a la perfección. Como eso no funcionó la amenazó con no almorzar, luego con no cenar, dejarla sin regalos para Navidad y sin fiesta de cumpleaños por los siguientes cuatro años. Según Chua, la pequeña estaba fallando a propósito, porque en el fondo tenía miedo a fracasar y la llamó “perezosa, cobarde y patética”.

Después de una larga jornada donde no le permitió levantarse para comer, ir al baño ni beber agua, Sofía finalmente completó el ejercicio sin fallas. El capítulo concluía con Chua describiendo que la pequeña estaba radiante y que quería tocar la pieza una y otra vez.

Todo ese esmero en su educación, a la larga dio fruto, y ambas hermanas fueron admitidas en Harvard.

Caminar y bailar

Uno de los críticos de la “mamá tigresa” que alcanzó más notoriedad fue Chang Zhitao, un padre de Shanghái que fue invitado a debatir con la abogada y que fue apodado por la prensa como “papá gato” debido al enfoque más relajado con el que educó a su hija Shuai.

En el evento, Chang describió su estilo como bailar un vals. “Yo prefiero actuar más como un consultor, escuchando lo que mi hija quiere antes de darle mi consejo. No la obligaba a hacer nada porque yo también iba aprendiendo junto con ella”, relató a la audiencia.

En una ocasión, Shuai se quejó de que no quería escribir un ensayo para el colegio. En vez de obligarla, su padre la invitó a pasar un rato juntos. “Poco después, ella sola decidió hacer su tarea y escribió un ensayo muy creativo sobre cómo yo la había inspirado”, recordó papá gato.

Cuando era pequeña, los padres de Shuai le leían cada noche. En esa época ocupaban un departamento de una sola habitación. Chang estaba realizando un MBA y su esposa estaba sacando un doctorado, de modo que la lectura y el estudio eran el ambiente natural de la familia. Particularmente importante, comentó Chang, fueron las caminatas que casi a diario daba con su hija después de la cena, lo que le permitió conocerla y transmitirle valores.

La música, que ocupa un lugar central en la idea de los padres chinos sobre educación, sirvió como contrapunto en el debate. Shuai debía inscribirse en una actividad extracurricular y eligió lecciones de erhu, un instrumento tradicional chino. Al poco tiempo abandonó las clases argumentando que no lucía bien al tocarlo, y se cambió al violín. Pero le resultó demasiado difícil y dejó de asistir después de unas pocas lecciones.

En vez de castigarla, Chang le dio otra oportunidad y esta vez Shuai eligió clases de danza. Pronto desarrolló una verdadera pasión por el baile. “Incluso después, en la secundaria logró mantener un gran equilibrio entre sus obligaciones académicas y el baile”, y aún después, en la universidad, siguió practicándolo.

Pero este enfoque más suave no significaba ausencia total de autoridad. Shuai debía realizar sus tareas y desarrollar buenos hábitos, pero el matrimonio evitaba fijar demasiadas reglas. Cuando llegaba del colegio ella misma podía decidir si primero quería estudiar, leer, o ver la televisión, siempre y cuando cumpliera sus responsabilidades y no bajara sus notas.

China en llamas

El auditorio en Shanghái no quedó convencido. Una encuesta entre los asistentes arrojó que apenas 10% apoyaba el enfoque de Chua, pero incluso menos estuvieron de acuerdo con Chang, lo que sugiere que ninguno representaba realmente el estilo chino.

La discusión sobre qué modelo era más exitoso alcanzó niveles épicos cuando la hija de Chang también fue admitida en Harvard. Desde dos puntos de partida opuestos, las jóvenes habían llegado al mismo destino. La pregunta, entonces, quedaba planteada. A partir de ese momento, cuál alcanzaría mayores logros. El tema desató una verdadera locura en China, donde inspiró una serie de televisión.

En mayo de 2015 se estrenó “Mamá Tigresa, Papá Gato”, que de inmediato se convirtió en un éxito de audiencias con más de 80 millones de espectadores. La historia giraba en torno a un matrimonio de exitosos profesionales que quería inscribir a su hija en un colegio de élite.

La serie se transformó en un fenómeno en las redes sociales y el capítulo final generó cientos de miles de comentarios a favor y en contra. Los hombres, sin embargo, fueron particularmente duros con papá gato, al que acusaron socavar la virilidad de los padres chinos. El actor que interpretó al padre en la serie denunció haber sufrido actos de hostilidad. En una ocasión subió a Internet una foto de él junto a su hija en la vida real arreglando una fuga en el baño. Junto a la foto escribió: “Mamá escapó cuando estalló la cañería. Papá se aguantó las lágrimas y la arregló antes de que regresara”. La publicación generó 5 mil comentarios, algunos muy duros.

Pese a las críticas, la idea de papá gato se instaló como un concepto popular en la mentalidad asiática y como un nuevo modelo cultural.

La tigresa se rinde

Después de graduarse en economía y sicología, Shuai ingresó como pasante a una startup en Silicon Valley esperando que eso la ayudaría a cumplir su sueño de crear algún día su propia empresa. Mientras tanto, y tras un duro proceso de selección, ingresó a trabajar a McKinsey.

Chang está complacido con el éxito profesional de su hija, pero sobre todo valora que se haya convertido en una joven llena de confianza, que no teme perseguir sus metas.

Por su parte, Sofía, la hija mayor de Chua, ha sido una decidida defensora de su madre. “Si muriera mañana, lo haría sintiendo que viví mi vida al 110%. Y por eso, gracias, mamá tigresa”, escribió en una carta abierta en el New York Post.

El caso de Lulú, sin embargo, fue distinto. La relación con la segunda hija se fue haciendo cada vez más violenta a medida que crecía. En una ocasión tomó unas tijeras y en un arranque de furia se cortó el cabello, y en otra oportunidad estrelló un vaso contra el suelo gritando: “No soy china, no quiero ser china. Odio el violín, odio mi vida, odio a esta familia y te odio a ti”.

En medio de una profunda crisis, el libro de Chua termina precisamente en este punto, cuando la mamá tigresa finalmente se rinde. “Fue una discusión terrible y me hizo cambiar. Le permití abandonar sus clases de violín y la dejé jugar tenis, por el que sentía verdadera pasión. Darle más libertad me ayudó a recuperarla”, concluye la abogada, aunque agrega que todavía se siente orgullosa de ser la mamá tigresa. “Comprendí que estaba perdiendo a mi hija y cuando eso pasó ya no me importó ni la escuela ni el violín. Así que cedí. No por completo, pero nos sentamos a conversar y muchas cosas cambiaron”.

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