Disfrutemos del mayor escape humano de todos
La revolución en la salud no sólo es buena en sí misma. Tiene consecuencias beneficiosas, la más importante de ellas es la transformación de la vida de las mujeres.
Por: Martin Wolf
Publicado: Miércoles 24 de diciembre de 2014 a las 05:00 hrs.
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La mayor expectativa de vida registrada por una mujer en cualquier lugar del mundo ha subido en un año cada cuatro años desde 1840. Este avance inexorable en longevidad es, se podría decir, el más importante de todos los cambios en la vida humana de los últimos dos siglos.
Estos avances en salud también son ampliamente compartidos: "India hoy tiene una expectativa de vida mayor que Escocia en 1945, pese a un ingreso per cápita que el Reino Unido había alcanzado en 1860". Esta declaración proviene de un maravilloso libro "El gran escape: salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad", de Angus Deaton, de la Universidad de Princeton, publicado el año pasado, que documenta la revolución en la salud y la riqueza desde principios del siglo XIX. De ambos, el primero es el más importante. ¿Quién no entregaría cualquier comodidad material si, a cambio, pudiera evitar la agonía de ver a sus hijos morir o disfrutar de la compañía de sus seres queridos en la vejez?
Todas las bendiciones son mixtas. Una sobrevivencia prolongada "sin dientes, sin vista, sin gusto, sin nada" no es envidiada ni deseada. Aún así, la revolución en la salud sigue siendo una bendición. Como asegura el profesor Deaton: "de todas las cosas que hacen que valga la pena vivir la vida, los años extra de vida están seguramente entre las más preciadas". Alguien cuyo estándar de vida es dos veces más alto y espera vivir dos veces más que otro podría considerar que está cuatro veces mejor.
¿Qué ha pasado? Comencemos con las tasas de mortalidad (muertes por miles) a lo largo del tiempo en tres países que hoy son de ingresos altos: Suecia en 1751; Estados Unidos en 1933; y Holanda y EEUU en 2000. En 1751 la tasa de mortalidad de los recién nacidos en Suecia era más de 160 por cada 1.000. En EEUU era de más de 40 por 1.000 en 1933. Para 2000 había caído por debajo de diez por 1.000.
Las tasas de mortalidad han sido consistentemente menores en el tiempo, con las tasas más bajas para los niños de cerca de 10 años. Hoy vemos un alza de las tasas de mortalidad en los adolescentes, debido en parte a comportamientos más riesgosos. Después de una estabilización a fines de los 20 y principios de los 30, las tasas de mortalidad suben, pero no alcanzan 10 por cada 1.000 personas antes de los 60 años. Las tasas de mortalidad en EEUU son mayores que las de Holanda, excepto para los mayores de 80. Es ahí donde EEUU concentra sus recursos.
En 1850 la expectativa de vida era cerca de 40 años en Inglaterra y Gales. Hoy es cerca de 80. En el caso de Italia ha subido de 30 en 1875 a por encima del nivel inglés. La epidemia de gripe española tuvo efectos devastadores en 1918. Esto se explica por la forma en que se computa la expectativa de vida: el supuesto es que los riesgos de morir a una edad particular son producidos por las edades de muerte de la población en un año específico. En 1918 una gran proporción de los jóvenes murieron en la epidemia. Esto redujo la expectativa de vida drásticamente. Pero aquellos que nacieron en 1918 tenían vidas mucho más largas de lo que sugieren las cifras. De forma similar, una pequeña proporción de la población inglesa y galesa de verdad murió a los 40 años en 1850. En cambio, muchos murieron cuando eran bebés y muchos vivieron más de 60 años. 40 era apenas la edad promedio de muerte. Finalmente, destaca Deaton: "salvar la vida de los niños tiene un efecto mayor en la expectativa de vida que salvar la de los mayores". Por lo tanto, a medida que la muerte "envejece", el alza en la expectativa de vida se desacelera.
La revolución en la salud se ha expandido a nivel mundial desde mediados del siglo XX. Lo ha hecho de forma dramática en el este de Asia, menos en África subsahariana, en parte debido al VIH/Sida. Un gran elemento ha sido el colapso en la mortalidad infantil. Según el sitio Gapminder, la mortalidad entre los niños indios menores a 5 años bajó de 267 por cada 1.000 en 1950 a 56 en 2012. En el mismo período en China cayó de 317 a catorce. Estas mejoras ocurrieron en niveles de ingresos mucho menores de lo que fue el caso en los países que hoy tienen altos ingresos. Esto se debe en parte a una mejora en el conocimiento (rehidratación oral, por ejemplo), en parte debido a la tecnología médica (vacunas, por ejemplo) y en parte debido a los servicios públicos (agua limpia y sanitización, por ejemplo).
Desafortunadamente, las mejores no están tan completas como deberían. En Angola la tasa de mortalidad entre los menores de 5 años es 164 por cada 1.000. En Nigeria es 124. Y estos países son relativamente ricos. En general, existe un vínculo entre prosperidad y salud. Sin embargo, una mayor prosperidad no es una condición necesaria ni suficiente para una mejor salud. Sólo la hace más fácil.
La revolución en la salud no sólo es buena en sí misma. Tiene consecuencias beneficiosas, la más importante de ellas es la transformación de la vida de las mujeres. A medida que cae la mortalidad infantil, también lo hace la fertilidad: se necesitan menores nacimientos para alcanzar un determinado tamaño familiar. Esto es independiente de la religión: en el Irán musulmán, por ejemplo, el número de niños por mujer cayó de 6,5 en 1980 a 1,9 en 2012; de forma similar, en el Brasil católico descendió de 6,2 en 1960 a 1,8 en 2012. A medida que las mujeres viven más y tienen menos hijos, pueden invertir más en cada niño y tener sus propias carreras. De este modo, la revolución de la salud apuntala a otra de las revoluciones de nuestra era: el cambio en el rol de la mujer.
¿Qué ha impulsado las mejores en la salud, especialmente entre las personas de mediana edad? Una caída en los fumadores es un factor. La mejora en el tratamiento para las enfermedades cardíacas es otro. Incluso el cáncer está sucumbiendo al tratamiento. De forma creciente, en los países de altos ingresos, las enfermedades que quedan son las de los ancianos, incluyendo la demencia. Pero en la mayoría de los países en desarrollo, permanecen las antiguas aflicciones, incluyendo una pobre sanitización, agua contaminada y malaria.
Incluso con todo lo que queda por hacer, y toda la desigualdad de servicios de salud en todo el globo, es importante apreciar la gran y cada vez más ampliamente compartida mejora en la salud. Una proporción creciente de la humanidad tiene una buena posibilidad de vivir saludablemente en lo que tradicionalmente ha sido visto como la ancianidad. Una creciente proporción de niños está alcanzando la madurez. No podemos escapar de la muerte. Pero sí nos mantenemos lejos de su alcance por más tiempo. Eso hay que celebrarlo.
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