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Carstens fracasará, pero no porque carezca de credibilidad


Tres prejuicios, pero sólo una conclusión verdadera, han surgido desde que Agustín Carstens...

Por: Por John Paul Rathbone en Ciudad de México
 | Publicado: Lunes 13 de junio de 2011 a las 05:00 hrs.
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Tres prejuicios, pero sólo una conclusión verdadera, han surgido desde que Agustín Carstens, el jefe del banco central de México, lanzó su candidatura para dirigir el Fondo Monetario Internacional.

La primera es que, aunque es un ex subdirector gerente del FMI, Carstens viene de un país convulsionado por una terrible guerra contra las drogas. Como tal, no tiene nada creíble que decir, en especial a los deudores en problemas de la eurozona.

Sin embargo, México, casi el único entre los otros miembros de la OCDE, tiene el tipo de economía a prueba de balas que incluso Alemania aplaudiría.

El país no tiene déficit fiscal o de cuenta corriente de los que hablar. La inflación está bajo control. El tipo de cambio (a pesar de las “guerras cambiarias”) sigue siendo competitivo. El crecimiento del crédito está en los bajos dos dígitos y el crecimiento económico este año se pronostica en un respetable 4,5%, ni despreciable ni sobrecargado.

Dicha estabilidad se ha construido a lo largo de los últimos 15 años, después de que México sufriera los mismos problemas que los soberanos europeos enfrentan ahora. Cuando Carstens habla de crisis de deuda y la mejor manera de salir de ellas, sabe de lo que habla.

El segundo prejuicio es que, como un economista educado en la Universidad de Chicago, Carstens es tal vez muy ortodoxo, y por lo tanto fuera de contacto con estos tiempos cada vez más keynesianos. Sin embargo, Carstens no es un economista intransigente. Él sabe por experiencia directa la importancia de las redes de seguridad social. Hace dos años, en las profundidades de la crisis financiera global, apoyó el subsidio a las tortillas, alimento básico de México. A un costo de sólo US$ 300 millones, fue una concesión sensata que redujo la posibilidad de malestar social en un momento crucial.

Y están los programas de transferencia condicional de efectivo: el pago de pequeñas sumas de dinero a las madres mientras sus hijos vayan a la escuela. El programa Bolsa Familia de Brasil, que ayudó a millones de personas a salir de la pobreza, hizo famosa la idea. Sin embargo, México inventó y utilizó primero el mecanismo y, algunos de sus frutos, como Carstens sabe muy bien, son evidentes.

Un país una vez conocido por el ensamblaje no especializado de exportaciones a EEUU se ha convertido en un centro regional para la aeronáutica y fabricación de automóviles de alta tecnología y el diseño.

Este es el tipo de progresión en la cadena de valor económico que incluso los desarrollistas más heterodoxos aplaudirían. La mano de obra cada vez más calificada de México es también la razón por la que el país sigue atrayendo miles de millones de dólares de inversión extranjera, a pesar de la guerra contra las drogas que ha matado a 40.000 personas desde que comenzó hace cuatro años y medio.

El tercer prejuicio es que Carstens es un tecnócrata sin sentido del humor, cuando lo que se requiere a la cabeza del FMI es un político hábil que pueda, alternativamente, encantar o imponer, como la elegante candidata y ministra de Finanzas francesa, Christine Lagarde.

Carstens es ciertamente menos agradable a la vista que la estilosa Lagarde. Sin embargo, es conocido por su ingenio y lucidez. Su período como ministro de Finanzas desde 2006 hasta 2009 reforzó también la apreciación de la necesidad de pragmatismo en la política económica. Como dijo una vez, cualquier reforma fiscal que se apruebe es buena. Carstens no es un novato político.

Sin embargo, a pesar de su brillantez y experiencia técnica, Carstens no conseguirá el trabajo. Eso no es porque Lagarde sea una buena candidata, que lo es. Es porque ella es europea, Europa controla el club, y se ha unido en torno a su candidata incluso antes de que la carrera haya empezado formalmente.

Comparemos eso con la experiencia de Carstens. En América Latina, sólo Uruguay ha apoyado su candidatura. El apoyo de Brasil ha sido cuando mucho, tibio. A pesar de la insistencia de los países emergentes en que deberían estar mejor representadas a nivel mundial, no ha logrado unirse en torno a la bandera de los mercados emergentes de Carstens. Incluso él admite que su candidatura ha sido un duro esfuerzo.

La importancia creciente de las naciones BRIC no se puede negar. Aun así, el mundo emergente ha sido incapaz de impulsar un candidato para dirigir una institución que históricamente ha significado tanto para él. Eso deja la única conclusión verdadera. El surgimiento del mundo emergente al poder sigue siendo más imaginario que real.

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