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REGÍSTRATE AQUÍPor: Equipo DF
Publicado: Viernes 9 de diciembre de 2016 a las 04:00 hrs.
La primera pregunta del catecismo tradicional era si existe Dios. La segunda: ¿dónde está Dios? Pregunta que puede brotar desde la angustia, soledad, desvalimiento e incomprensión de las crueldades humanas. O desde la nostalgia de la cierva que busca manantiales de agua viva. O desde el pánico de quien creía tener para siempre asentadas las certezas de su fe, y ahora siente que todo se desmoronó en un sismo espiritual grado 9. Creado por Dios y para Dios, hijo y heredero de Dios, el hombre no dejará de preguntarse dónde está Dios.
La respuesta tradicional era: “en el cielo, en la tierra y en todo lugar”. Sapientísima respuesta. El hombre sabe íntimamente que es ciudadano de la tierra y del cielo. Cuando muere lo sepultan bajo tierra y oran para que vuele a ese Padre nuestro que está en el cielo. Cuando niño, le instruirán para honrar la presencia de Cristo Dios en la hostia consagrada que recibirá en su Primera Comunión y quedará reservada en el Sagrario, como refugio y solaz de quienes le adoran y suplican. Tras el Padrenuestro aprenderá a rezar a Santa María, Madre de Dios: con intuitiva certeza reconocerá en la Virgen un lugar seguro de encuentro con ese Dios que es su Hijo. Y esos conceptos de padre, madre, hijo y hermano, tan propios de la fe bíblica, entrarán a su experiencia e inteligencia gracias a su familia. La familia es una selfie de Dios. Dios es Familia.
Ya adolescente, el cristiano se nutrirá en el pan de la Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura. La venerará no sólo como una expresión verbal de sabiduría más que humana, sino como Persona, Verbo, Palabra divina que se encarna en su concreta vida cotidiana. Invitado a orar en común, podrá dar fe de que “donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos”: promesa de Cristo que siempre se cumplirá. Sus padres, maestros y pastores le harán reconocer la presencia de Cristo Dios en todo rostro humano ajado por las lágrimas del desconsuelo y la miseria, corporal o espiritual. Le educarán a escuchar y le instarán a obedecer la voz de su conciencia moral, misteriosa y activa presencia de Dios en el Sagrario del propio corazón. Cuando llegue a ser padre o madre, sentirá y afirmará con Cristo: “todo lo que le hagas a un niño pequeño, me lo harás a mí. Los niños son el camino y la puerta del cielo”. En las amarguras adultas reencontrará al Cristo que agoniza en Getsemaní y muere en el Calvario. En tiempos de desierto estará con Cristo. En el silencio escuchará a Cristo. En cada acontecimiento percibirá la Providencia amorosa del Padre. Y donde ame, allí estará Dios. Porque Dios es Amor.